Declaración Korai Art
Históricamente, las mujeres artistas han sido invisibilizadas, subestimadas y sistemáticamente excluidas del relato oficial del arte. Aun en pleno siglo XX, eran objeto de burla o, simplemente, ignoradas. Un ejemplo emblemático: en La Historia del Arte de Ernst Gombrich —considerada durante décadas como la “biblia” para estudiantes y aficionados— no aparece ni una sola mujer artista en su versión original. Solo en ediciones recientes fue incluida Käthe Kollwitz, grabadora, dibujante y escultora alemana, como una excepción que confirma la regla.
Durante el Renacimiento, algunas mujeres lograron reconocimiento, sobre todo si provenían de familias de artistas. Sin embargo, fue Artemisia Gentileschi quien se convirtió en una de las primeras en recibir reconocimiento en vida, al ser admitida en la Academia Italiana en 1616. En Francia, la Academia limitó la participación femenina a solo cuatro artistas, una práctica discriminatoria que combatió en 1790 la pintora Adélaïde Labille-Guiard, contemporánea de Louise Élisabeth Vigée Le Brun, retratista de María Antonieta.
Angelica Kauffmann fue miembro y fundadora de la Real Academia Británica en 1768, pero luego pasaron más de 150 años antes de que otra mujer fuera elegida.
Incluso en espacios progresistas como la Bauhaus, que en 1919 abrió sus puertas a mujeres estudiantes bajo el discurso de la igualdad, los prejuicios no tardaron en revelarse. Aunque el primer año ingresaron más mujeres que hombres, el propio Walter Gropius, fundador de la escuela, emitió una circular en 1921 afirmando que el número de mujeres era “demasiado elevado” y que había que evitar convertir la escuela en un espacio para “artesanías femeninas”.
La historia ha demostrado que las mujeres han tenido que trabajar el doble para recibir la mitad del reconocimiento. Lo que se produce desde la experiencia femenina suele considerarse menor, limitado o simplemente “decorativo”. Esta desvalorización se extiende incluso al uso de los materiales: lo textil, lo cerámico o lo funcional —tradicionalmente trabajado por mujeres— se ha categorizado como artesanía, mientras que lo ejecutado sobre papel o lienzo por hombres se considera arte.
Lo expresó con contundencia la artista textil Anni Albers:
“Me he encontrado con que, si un trabajo está hecho con hilo, se considera artesanía; si se hace sobre papel, se considera arte”.
Hoy, esa discriminación persiste, incluso en el mercado del arte contemporáneo.
Aquí, en Colombia, las cifras hablan por sí solas:
• Una galería en Medellín representa 18 artistas, solo 5 son mujeres.
• Otra representa a 35 artistas, de los cuales solo 2 son mujeres.
• Una galería en Bogotá tiene en su nómina 38 artistas; solo 7 son mujeres.
• En promedio, solo el 22,54% de los artistas representados por seis de las galerías más reconocidas del país son mujeres.
Esto no es coincidencia ni falta de talento. Es el resultado de un sistema patriarcal que privilegia miradas masculinas, redes masculinas y formas de hacer que excluyen. A las mujeres se les exige excelencia sin fisuras. La mediocridad o la indisciplina no se les permite. Mientras tanto, una buena parte del arte que circula y se vende —a menudo mediocre, sin mayor riesgo o reflexión— es producido por hombres y legitimado con total naturalidad.
Además, nos enfrentamos al cinismo del sistema:
Una exposición de mujeres artistas puede ser tachada de “segregacionista” incluso por otras mujeres, mientras las estructuras de poder que han excluido sistemáticamente a las creadoras siguen intactas. Algunos se atreven a decir, sin pudor, que las mujeres, los indígenas y los negros están “de moda”. Otros, en eventos dedicados a mujeres artistas, prefieren señalar la obra de un hombre y decir: “yo compraría mejor este cuadro”.
Korai Art nace de este contexto, de estas batallas, de esta realidad incómoda que algunos prefieren ignorar. Nosotras no miramos hacia otro lado. Como dijo Susana Carro, seguimos viendo “con los ojos rojos” la hipocresía, la condescendencia y la falta de apoyo estructural. No se trata solo de programar exposiciones para mujeres. Se trata de generar un cambio real en la forma en que se valora y se legitima el arte creado por nosotras.
No estamos segregando como una mujer, con privilegios sociales y académicos, quiso dar a entender. Estamos reparando. Estamos proponiendo una equidad simbólica y material. Y estamos hartas del disfraz de la igualdad que, en realidad, no transforma nada.
Desde Korai Art seguimos de pie. Seguimos tejiendo redes, creando espacios, impulsando carreras, formando públicos y acompañando procesos. Apostamos por una transformación profunda, que no se conforme con cuotas o modas temporales.
Después de casi cinco años, el proyecto se transforma, pero su esencia permanece firme. Porque lo que defendemos no es una moda pasajera del arte como conviene a otras instituciones: es nuestra convicción histórica, ética y artística.
Por eso decimos con fuerza:
¡Seguiremos siendo mujeres de pie en el arte!
¡Seguiremos siendo Korai Art¡